Carretera de plata by Stina Jackson

Carretera de plata by Stina Jackson

autor:Stina Jackson [Jackson, Stina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2019-03-31T16:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

El silencio le resultaba aún peor que la oscuridad. No oía ni el viento, ni la lluvia, ni los pájaros. No oía pasos ni voces. Parecía que no existiera el mundo ahí fuera. Apoyó la oreja en la pared y aguzó el oído, aunque no pudo percibir nada más que el latido de su propio corazón. Los cardenales de los brazos le sonrieron en la negrura: estaban repartidos por aquí y por allá, e iban desvaneciéndose y adquiriendo un tono amarillento con el tiempo. Ya había dejado de oponer resistencia; no tenía fuerzas para ello. Las venas se le veían hinchadas bajo la piel flácida, como si hubiera empezado a envejecer prematuramente, como si la vida misma se le estuviera escapando.

La bombilla en el techo proyectaba su sombra en la pared, y se sorprendió saludándola desde el camastro. Vio cómo los dedos larguiruchos de la silueta umbría le devolvían el saludo, luchando contra la soledad.

El habitáculo era un cubo perfecto; tenía la sensación de que se hallaba en el interior de una caja. En uno de los muros se apoyaban la cama y una mesilla de noche en la que reposaba la comida, intacta: un termo con sopa y bocadillos de queso envueltos en film transparente. Olisqueaba el líquido caliente cuando la invadía el hambre, si bien le entraban arcadas nada más intentaba tomar un sorbo. Esa era la única manera que tenía su cuerpo de rebelarse, el grito de protesta de su ser interior contra el cautiverio.

Enfrente, junto a la puerta, descansaba un cubo que servía de inodoro y otro lleno de agua. Evitaba hacer uso de ambos en la medida de lo posible. Comía y bebía tan poco que apenas necesitaba orinar. Por otro lado, no tenía fuerzas para lavarse. El cabello le caía sobre los hombros en tiesas greñas, las cuales dejaban sus huellas grasientas sobre la almohada. A ellas se sumaba el mal olor que desprendía su cuerpo, aunque ella misma no era capaz de percibirlo. No obstante, confiaba en que de verdad oliese mal, en despedir un hedor suficientemente desagradable como para que él se mantuviera alejado de ella.

Intentaba dormir durante las infinitas horas muertas, trataba de matar el tiempo durmiendo. Cuando la inquietud hacía presa de su persona, se ponía a caminar en círculos hasta que le dolían las piernas. Golpeaba las paredes con los nudillos en busca de alguna oquedad tras ellas; se esforzaba por percibir algún sonido que no fuera solo el de su propia respiración; trataba de encontrar sin remedio ruidos que no existían. Sin luz natural era difícil saber cuántos días llevaba perdidos. Las horas pasaban unas detrás de otras, solo punteadas por el sueño y los paseos en círculo. Y por la escucha. Mantenía la mirada fija en la puerta durante largos periodos. Su propia sangre se había quedado incrustada en su clara superficie metálica. Aunque llevaba mucho sin aporrearla, sus dedos seguían desollados, la piel rehusaba cicatrizar en la oscuridad. Cuando él se ofreció a vendárselos, ella se contrajo haciéndose una bola, sacando las espinas como si fuera un erizo.



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